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Lo que parecía un ensayo literario deriva en íntima biografía lectora. Lo primero, lo ensayístico, está muy bien: Kamenszain es erudita y al tiempo fluida, conecta imágenes e ideas con lucidez; su poética es una variante sensible de la crítica, que sustituye las categorías filosóficas con imágenes potentes: atisbos de luz, golpes de realidad, estribillos persistentes. Lo segundo, lo biográfico, es todavía mejor: una nostalgia sin tristeza alumbra el relato, los recuerdos se funden con las referencias y ya no sabemos si habla la persona o la lectora, una fusión que contagia de pasión por los libros. En sus palabras: “la literatura como una forma de volver a casa”. Kamenszain moriría un año después de publicar este enorme testamento chiquito.