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Esta novela narra la deriva hacia la locura de una solitaria profesora de escuela que idealiza la infancia perdida y está dispuesta a recuperarla construyendo una ciudad de fantasía. La historia de la ciudad (una Venecia mítica poblada de niños que no envejecen) se va trenzando con la de la protagonista, que acumula soledades, silencios y amores no correspondidos. Un final inesperado, incluso forzado, conecta con "la historia disparatada" de la violencia en Colombia. Me costó confiar en la verosimilitud de los personajes mientras las niñas "venden limonada en vacaciones" y su padre va a la tienda porque le parece "pintoresca". Pero lo que más me costó fue conectarme con el uso de la segunda persona, un recurso que se estira hasta la fátiga y que lleva, por ejemplo, al exceso de sintaxis cacofónicas ("habías sentido, habías pensado, habías visto..."). Entiendo que usar la segunda persona es un riesgo y que asumirlo fue valiente, pero no sé si al final valía la pena.
