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Por razones obvias, me interesan las ficciones sobre ajedrez. Leí esta novela porque alguién me contó que tenía relación con el ajedrez. No la tiene. Es decir, hay una corta escena en que dos personajes juegan al ajedrez, nada más. Sin embargo, no es ésta la razón por la que la novela no me gustó, ni más faltaba. Lo que más resentí fueron los diálogos inverosímiles entre dos adolescentes de provincia que repasan sin pudor la historia de la filosofía como héroes existencialistas. El asunto es por momentos tan presuntuoso que causa gracia. No niego que hay un par de buenas ideas, sugerentes, poéticas, pero tal vez quedaban mejor en un ensayo o un libro de aforismos, no en una novela.
