⭐⭐⭐⭐⭐

La novela sigue a los cinco miembros de la familia Hildebrandt a través de los primeros años de la década de 1970 mientras cada uno atraviesa una crisis particular: la adolescencia, la entrada en la adultez, la crisis de los cuarenta. Franzen desarrolla a los personajes hasta que sus decisiones más íntimas e importantes nos parecen propias: las drogas, la infidelidad, el remordimiento, la fe religiosa, el compromiso político, el deseo sexual. Mientras la historia avanza, los caminos de los Hildebrandt se cruzan como en la famosa encrucijada con el diablo de Robert Johnson: todo lo que parecía estar en manos de los personajes se sale de control y sus deseos y debilidades son castigados con una crueldad puntual, inevitable. El lector avanza por ese laberinto con creciente terror sabiendo que todo será cobrado. De algún modo es una novela sobre la culpa, y no sorprende que Russ Hildebrandt sea el pastor de su iglesia, Marion se imponga su propio martirio y Perry tenga delirios de ser Dios. No sorprende que Becky tenga encuentros místicos mientras Clem, que no es creyente, renuncia a todo por ella.
El dominio de Franzen sobre la técnica de la novela realista parece haber alcanzado su cima. Maneja como un malabarista prodigioso líneas de tiempo paralelas y administra la información magistralmente: vamos conociendo la versión de cada personaje sobre un hecho particular hasta que va tomando forma, simultaneamente, frente a nuestros ojos y los de ellos mismos.
La novela es tan potente que salir de ella es doloroso, no tener con quién hablar de ella es frustrante, y tener que hacer una reseña tan corta es difícil.
